El aeropuerto Olsztyn-Masuria se inserta de forma tan limpia, pacífica y clara en el amable paisaje que lo envuelve como un prado en el bosque, más próximo a la antigua imagen de un campo de aviación que a la idea moderna de aeropuerto-artefacto. El edificio destinado a terminal de pasajeros requiere un enfoque sensible, atento al lugar: un esfuerzo de integración más que una demostración de fuerza de la tecnología.
Ningún edificio aeroportuario actual se puede explicar sin atender a la mecánica del movimiento de personas y equipajes, a los flujos y a los tiempos. Pero tal vez sea la atención al lugar y la inteligibilidad del edificio, al margen de la mecánica que aloja, lo que puede aportar la arquitectura a una terminal aeroportuaria como la que se plantea en el concurso.
Se propone un edificio que permita al viajero hacerse con el espacio, los materiales y la luz, que invite a valorar ese interior que momentáneamente hace suyo. Un edificio que muestre y sugiera la naturaleza en la que se inserta, que recupere y transmita la calma del entorno, más allá de las urgencias de la secuencia de embarque o de recogida de equipajes.
Planteamos, por lo tanto, un edificio que, atendiendo al recorrido que exige la lógica funcional, sea ante todo una respuesta tanto volumétrica como formal al lugar que ocupa.
La cubierta de la terminal se forma a partir de un despliegue de traza naturalista del plano del suelo, que se dobla sobre sí mismo siguiendo el bucle de los movimientos de los pasajeros. En ese despliegue ascendente, se genera una fachada intermedia que capta la luz natural y se abre al cielo, a la vez que separa los espacios de acceso y facturación de los espacios de embarque y control de llegadas.